PORFIRIA SANCHÍZ

UNA GRAN ACTRIZ DE REPARTO


© José Carlos García Rodríguez

Porfiria Sanchíz en 1936.


Desde la etapa republicana, hasta su fallecimiento en 1983, el nombre de Porfiria Sanchíz aparece de forma constante en el reparto de películas españolas. En casi medio centenar de filmes intervendría Porfiria, adscrita a la pléyade de excelentes actores secundarios que caracterizaron al cine español de la época. La actriz, nacida en Sanlúcar de Barrameda en 1915, fue también asidua de la cartelera teatral madrileña, especialmente desde 1942, año en que Cayetano Luca de Tena, director del Teatro Español, contó con ella para el montaje de obras de nuestros clásicos del Siglo de Oro.


De la existencia de la actriz Porfiria Sanchíz y de su naturaleza sanluqueña me informó hace ya muchos años el escritor y guionista Manolo Vidal. Más recientemente he sabido que otro sanluqueño, el periodista Juan Carlos Palma, gran estudioso del cine español, había escudriñado en la vida del personaje y tenía dispuesta para su publicación una biografía, aunque desconozco si la obra ha llegado a editarse.

Porfiria Sanchíz (izquierda) en "Don Quintín el Amargao" (1935)
Los inicios artísticos de Porfiria Sanchíz, cuyo nombre completo era Porfiria Sanchíz Fernández de la Poza, nos son desvelados por Carlos Fernández Cuenca(1) en la sección “Fichero Biográfico” que este periodista firmaba en la revista Cinegramas:

Nació en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) el 13 de Junio de 1915. Tuvo infancia andariega, determinada por los desplazamientos geográficos a que obligaba la profesión -ingeniero de Minas- de su padre: Cádiz, Sevilla, Barcelona, Madrid, las islas Canarias, Málaga... Siguiendo este ritmo viajero, fué haciendo su formación cultural con profesores particulares en unos sitios, con institutrices en otros, hasta que, ya en edad moza, ingresó como alumna interna en un colegio de monjas de Puertollano. Allí se despertó su afición por la música, que llegaría a conocer e interpretar muy gentilmente como pianista notable; Beethoven y Chopin son sus devociones musicales. Quiso ser actriz, y nació al arte de representar bajo el signo del éxito; con la Compañía de Margarita Xirgu hizo sus primeras armas teatrales en el Español, de Madrid, y el pequeño papel que tuvo a su cargo en “Fortunata y Jacinta” le valió victoria grande. Pasó luego a la Compañía de Irene López Heredia; de ésta, a la de María Palou; más tarde, a la de Carmen Carbonell y Antoñito Vico, y por último, a la de Josefina Díaz y Manuel Collado. En esos años de carrera teatral acertó siempre a sobresalir en los cometidos más difíciles sacando el éxito de donde nadie pudiera sospecharlo. En el verano de 1935, llamada por Filmófono y sometida a prueba fotogénica para un papel de categoría en “Don Quintín, el Amargao”, la prueba fue satisfactoria y el contrato se firmó inmediatamente; público y critica señalaron al punto en Porfiria Sanchiz un considerable valor interpretativo de la pantalla española.
Estatura, 1,60 metros. Ojos y cabello negros.(2)

Primeras incursiones cinematográficas

Cuando Fernández Cuenca escribe en 1936 la semblanza biográfica de Porfiria Sanchíz, la actriz sanluqueña acababa de cumplir 21 años de edad. Pero a pesar de su juventud ya cuenta con una experiencia teatral adquirida durante su paso por diferentes compañías. El periodista nos habla de la contratación de Porfiria por Filmófono, una productora creada en 1935 por Luis Buñuel y Ricado María de Urgoiti. En la primera película producida por Filmófono, Don Quintín el amargao (1935), basada en el sainete homónimo de Carlos Arniches y dirigida por Luis Marquina, Porfiria interpreta su primer papel para la pantalla. En este filme hace el personaje de María, muy bien valorado por la crítica cinematográfica:
Del numeroso elenco que Filmófono ha hecho intervenir en su primera producción nacional, "Don Quintín el amargao", destaca un nuevo elemento femenino, revelado como de gran valía: se trata de Porfiria Sanchíz, figura destacada de nuestro Teatro, que ha pertenecido a diversas compañías de comedia de primerísimo orden y que ahora prueba fortuna en la pantalla. Porfiria Sanchíz, inteligente y dúctil, se ha asimilado bien pronto el estilo cinematográfico y su actuación en "Don Quintín el amargao" es verdaderamente notable. Interpreta de modo maravilloso por su verismo el difícil papel de esposa del protagonista Alfonso Muñoz y se ha hecho acreedora a que su nombre sea imprescindible en sucesivos repartos de films españoles. (3)
Porfiria Sanchíz en "Morena Clara" (1936)
A finales de 1935 Porfiria interpreta el papel de La Roja en La hija de Juan Simón, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia, la segunda película producida por Filmófono. Tanto Don Quintín el amargao, como La hija de Juan Simón, estrenadas en Madrid en “prèmiers” al estilo de Hollywood, significaron unos rotundos éxitos de público. La productora Filmófono, que desaparecería al estallar la Guerra Civil, produce en 1936 otras dos películas, aunque sin la participación de Porfiria: ¿Quién me quiere a mí?, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia, y Centinela alerta, de Jean Grémillon.
En febrero de 1936 Porfiria vuelve a aparecer en la pantalla interpretando un papel secundario en una nueva película, Los claveles, dirigida por Santiago Ontañón quien no lograría alcanzar el éxito que este sainete lírico madrileño había conseguido en el teatro. Ese mismo año interpreta el papel de la abogada defensora en Morena Clara, la famosa película de Florián Rey que unos meses después, una vez que estalla la Guerra Civil, alcanzaría un éxito grandioso tanto en la zona republicana como en la nacional. En la primavera de 1936 se ultima el rodaje de la película Usted tiene ojos de mujer fatal, en la que Porfiria Sanchíz interpreta a uno de sus principales personajes. Esta película, dirigida por Juan Parellada, es una adaptación que el propio Jardiel Poncela hace de su obra de igual título. Todas estas interpretaciones erigirían a Porfiria en “una actriz de composición muy considerada durante la República” (4).

Consagración como actriz de reparto


Tras un obligado paréntesis debido a la Guerra Civil, Porfiria Sanchíz regresa al teatro. El 25 de octubre de 1939 se estrena en el Teatro de la Comedia de Madrid la obra Las Colegialas, de Leandro Navarro, una obra en la que la actriz sanluqueña interpreta el papel de Dolly. Entre las compañeras de reparto se encuentran María Asquerino, Guadalupe Muñoz Sampedro y Eloisa Muro. Después interviene junto a Luis Peña en la obra Las mocedades del Cid, de Guillén de Castro, estrenada en el Teatro Español el 1 de abril de 1941 en una sesión de gran gala organizada por la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de Falange Española para conmemorar el segundo aniversario de la victoria de Franco.
"Mare Nostrum", film en el que
Porfiria Sanchíz interpreta uno de los
principales papeles secundarios de su
carrera (1948).
En 1942, al ser nombrado director del Teatro Español, Cayetano Luca de Tena cuenta con Porfiria Sanchíz para su programación de teatro clásico. Como integrante de la Compañía del Teatro Español y bajo la dirección de Luca de Tena, Porfiria participa en obras como Peribáñez y el Comendadorde Ocaña y Fuenteovejuna, ambas de Lope de Vega; El curioso impertitente, de Cervantes; o Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina; todas ellas en versión de diferentes adaptadores.
Porfiria en su etapa de gran actriz secundaria.
Encarrilada nuevamente por la senda cinematográfica, aunque sin abandonar totalmente el teatro, Porfiria Sanchíz interpreta en 1945 el personaje de Gregoria, un papel importante dentro de su carácter secundario, en la película El escándalo, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia. A este film seguirían Senda ignorada (1946), Luis Candelas (1947) y Mare Nostrum (1948). A partir de entonces la filmografía de la actriz comprende una serie de películas en las que interviene en papeles de reparto casi siempre interpretando personajes de carácter ingrato o sórdido como la antipática Madame de Cielo Negro (1951), una película dirigida por Manuel Mur Oti cuyas figuras estelares son Susana Canales y Fernando Rey.
Con Españolas en París (1970), de Roberto Bodegas y Pim, pam, pum...¡fuego!, de Pedro Olea, se cierra la carrera cinematográfica de Porfiria, convertida en una de las más notables actrices secundarias de la pantalla española con una filmografía que abarca casi medio centenar de películas dirigidas por nuestros mejores realizadores: Rafael Gil, Florián Rey, Juan Antonio Bardem, Antonio Román, Julio Buchs, Carlos Saura, Angelino Fons, Ramón Torrado...
El 9 de enero de 1983, en Madrid, fallece Porfiria Sanchíz a la edad de 67 años.


NOTAS:


1- Carlos Fernández Cuenca fue un periodista, historiador del cine y crítico cinematográfico. A lo largo de su carrera ocupó diversos cargos oficiales, siendo fundador y primer director de la Filmoteca Nacional.

2 - “Fichero Biográfico” por Carlos Fernández Cuenca. Cinegramas, Madrid, 12 de julio de 1936, p. 29.

3 – La Nación, Madrid, 10 de agosto de 1935, p. 9.

4 – Aguilar, Carlos y Genover, Jaume: El cine español en sus intérpretes, Verdoux, Madrid, 1992, p. 372.



ARTÍCULO PUBLICADO EN REVISTA CIRQULO
Invierno 2017/2018


ÁNGEL MARÍA CORTELLINI

PINTOR DE LA REAL CÁMARA


© José Carlos García Rodríguez


El torero Francisco Montes "Paquiro" (Colección Carmen Thyssen)

 

 

 

De nuevo traemos a nuestra Galería la semblanza de un pintor sanluqueño. Tras las figuras de Francisco Pacheco  y de Miguel Acquaroni nos acercamos a la personalidad de Ángel María Cortellini y Hernández (1819-1889), adscrito al costumbrismo romántico andaluz. Iniciado como pintor de majos, toreros, bailarinas, escenas de taberna y rincones populares, la trayectoria artística de Cortellini dió un importante giro al realizar un retrato del rey consorte Francisco de Asís de Borbón. Nombrado Pintor de la Real Cámara en 1850, esta condición permitió al artista sanluqueño realizar pinturas con las efigies de los soberanos así como copiar numerosos cuadros de la familia real española y recibir encargos de retratos de importantes personalidades tanto de la corte como de provincias.




A quienes hayan visitado el Museo Nacional del Romanticismo no les habrá pasado inadvertidos, tanto por su excelente factura como por su colorido, los retratos de Isabel II y de su esposo Francisco de Asís que encontramos en el vestíbulo de este museo madrileño. Estas pinturas fueron realizadas por Ángel María Cortellini en 1852, cuando el pintor ya ostentaba el cargo de Pintor de la Real Cámara.


Al parecer, la obra de Cortellini fue conocida por el rey consorte al visitar la exposición del Liceo de 1848. En esta exposición Francisco de Asís quedó muy gratamente sorprendido al contemplar la famosa pintura del torero Francisco Montes Paquiro expuesta por Cortellini a quien el rey llama a Palacio para encargarle un retrato que está considerado como el primero de la serie que realizara para la familia real. En este primer retrato que hace el pintor sanluqueño de Francisco de Asís, el rey consorte se nos aparece siguiendo la forma convencional de representación de la realeza: ataviado con uniforme militar de gala sobre el que luce diversas condecoraciones, entre las que destaca la Orden del Toisón de Oro y la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. Porta el bastón de mando en su mano derecha y la corona real aparece depositada sobre un cojín. En 1850 el pintor recibe otro encargo de Francisco de Asís. En este caso se trataba de realizar una pintura alegórica de la muerte del Príncipe de Asturias. El resultado entusiasmó tanto al rey consorte que Ángel María Cortellini fue merecedor de recibir el título de Pintor de la Real Cámara.
 


Costumbrismo andaluz



Ángel María Cortellini y Hernández nació en Sanlúcar de Barrameda el 27 de septiembre de 1819. Fueron sus padres Jacinto Cortellini, un italiano de Piamonte, y la sanluqueña María Hernández. Ángel María comienza su formación académica a muy temprana edad en la escuela de pintura de su ciudad natal, pasando con posterioridad a Sevilla donde sigue formándose bajo la tutela de Joaquín Domínguez Bécquer. Más tarde, en 1837, viaja a la tierra de su padre donde continúa sus estudios artísticos en Turín y Milán.

El cante de la moza (Coleccion Carmen Thyssen)

De vuelta en España en 1842, Cortellini se matricula en la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla donde se interesa por el paisaje, además de estudiar la obra de Murillo de quien copia algunos de sus cuadros más representativos, entre ellos La huida a Egipto y La Sagrada Familia. Como fruto de esta formación sevillana bajo la dirección de Manuel Barrón, se van sucediendo las primeras obras del pintor sanluqueño en las que prevalecen las escenas de marcado costumbrismo tan del gusto de la época: majos, toreros, rincones típicos, escenas de taberna y bailarinas. A esta etapa corresponden obras como El cante de la moza (1846), No más vino (1847) y Salida de la plaza (1847), tres cuadros que hoy forman parte de la Colección Carmen Thyssen-Bornamisza. También de estos años en que Cortellini se dedica a la pintura costumbrista es el retrato de Francisco Montes Paquiro que el pintor de Sanlúcar presenta en la exposición del Liceo Artístico y Literario en 1848 y que tanto gustó al rey Francisco de Asís. A la postre, como vimos, este sería el motivo por el que a Cortellini se le abrieron las puertas de la Corte. 

Pintura de Cortellini en el Congreso de los Dipiutados.
 
Tras permanecer una nueva temporada en Italia con el fin de perfeccionarse con el estudio de las obras de los grandes maestros italianos, Cortellini regresa a Madrid para seguir el estilo del retrato oficial que había sido impuesto por el gran Federico de Madrazo.

Cortellini retratista

 


El catálogo de retratos realizados por Cortellini a partir de su establecimiento en Madrid es amplísimo ya que consigue hacerse con una gran clientela entre la nobleza y la burguesía. Aparte de a los reyes, al infante don Sebastián y a otros miembros de la familia real, el artista sanluqueño pintó a numerosas personalidades de la vida política y social española de la época. Entre ellas, Evaristo San Miguel, Santiago de Tejada, condesa de San Félix, Antonia Roca, Cirilo Álvarez, Manuel Somoza, Laureano Norzagaray, vizcondesa de Casa-González o Tirso de Obregón, considerándose al sanluqueño como uno de los retratistas fundamentales de la etapa isabelina y primeros años de la Restauración. Los retratos realizados por Cortellini estuvieron presentes en las Exposiciones Nacionales durante muchos años a partir 1856, consiguiendo galardones en 1860 por el retrato de su esposa y en 1867 por el de la actriz María Muñoz.


Isabel II (Museo del Romanticismo, Madrid)

Ángel María Cortellini cambia la temática de sus cuadros al iniciarse la década siguiente cuando empieza a producir bodegones y algunas pinturas de contenido histórico como La batalla de Wad-Ras, una obra que en realidad es una sucesión de pequeños retratos y en cuyo fondo se representa aquella batalla victoriosa para las armas españolas frente al sultán de Marruecos. Muchos de los cuadros de Cortellini se conservan hoy en el Museo Nacional del Romanticismo de Madrid, el Museo Carmen Thyssen de Málaga y los museos de Bellas Artes de Bilbao y de Valencia, así como en numerosas colecciones privadas.


Las referencias biográficas de Ángel María Cortellini se suspenden en 1887, último año en que presenta sus obras en la Exposición Nacional. La fecha de su muerte en Madrid nos es desconocida, siendo fijada en el año 1889 por algunos autores. Aunque no hemos conseguido un retrato de Cortellini, existe un cuadro de su autoría titulado La familia del pintor, donde el artista aparece junto a su esposa y su hijo “en una composición ideada con gusto y acierto y hasta con ternura donde reina la deliciosa tranquilidad del hogar” como dijera un crítico al analizar esta obra. Su hijo, Ángel María Cortellini Sánchez, fue también un estimable pintor. Formado en el taller de su progenitor y especializado en marinas y en cuadros de combates navales, muchas de las obras de Cortellini Sánchez se encuentran actualmente expuestas en el Museo Naval de Madrid.

"SANLÚCAR INFORMACIÓN", 14 de mayo de 2021





ARTÍCULO PUBLICADO EN REVISTA CIRQULO
Otoño de 2017



MIGUEL ACQUARONI BONMATI

UN NIETO DEL CUBISMO


© José Carlos García Rodríguez




La obra de Miguel Acquaroni, artista de larga andadura y de marcada personalidad, se relaciona con Vázquez Díaz, que fue su maestro. Compañero de Benjamín Palencia y de Rafael Zabaleta y amigo de poetas como José Hierro o Luis Rosales, a los que inspiró, Acquaroni fue uno de los pintores andaluces más sobresalientes de su generación.
La crítica, unánime, coincidió en señalar al artista sanluqueño como uno de los pintores más interesantes de la segunda mitad del pasado siglo y que más profundamente supieron calar en el misterio de la luz de la Baja Andalucía, en sus facetas de figuras, paisajes y naturalezas muertas.

Miguel Acquaroni Bonmati nació en Sanlúcar de Barrameda el 20 de febrero de 1925. Su padre era José Luis Acquaroni Fernández, perteneciente al cuerpo médico de la Armada y literato de afición, buen amigo del compositor Joaquín Turina. Su hermano mayor, José Luis, que hubo de abandonar por motivos de salud la carrera naval, llegaría a ser un escritor de renombre cuya obra Copa de sombra sería galardonada en 1977 con el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Narrativa.

Las Tres Gracias - Museo de Jaén
La vocación pictórica de Miguel Acquaroni, manifestada ya en sus primeros años, encontró su más provechoso encauzamiento en Madrid, donde se estableció en 1945. Pese a asistir durante un tiempo como alumno libre a la Escuela de Bellas Artes, prefería atribuir su formación a la labor autodidacta. Una labor cuya expresión estuvo influida directamente por la obra de Daniel Vázquez Díaz junto a quien el pintor sanluqueño descubrió un mundo de nuevas geometrías.

Miguel Acquaroni, adscrito a la llamada Escuela de Madrid, se abre muy pronto un hueco entre los pintores de posguerra. Además, empieza a colaborar con su especialidad como ilustrador en diferentes revistas y diarios, entre ellos el ABC de la capital de España. En 1951 su obra está presente en la I Bienal Hispanoamericana de Arte, un certamen de arte moderno organizado por el Instituto de Cultura Hispánica que tuvo una enorme repercusión internacional. En 1953 consigue el primer premio en el Concurso de Primavera de la Sala Turner de Madrid, concurre a las exposiciones nacionales y está presente en numerosas muestras de prestigio. En 1958 y 1966 ofrece dos grandes exposiciones de su obra en el Ateneo de Madrid. Después, sus cuadros recorren salas de Córdoba, de Granada, de Oviedo, de Marbella, de Lisboa... y muchos particulares de Nueva York, Holanda, Caracas o Boston incorporarán obras del sanluqueño en sus colecciones privadas.

Retrato del poeta Luis Rosales
Más que ligado al estilo poscubista podría decirse que la trayectoria entre la pintura y el dibujo de Acquaroni es de un rotundo geometrismo en los trazos, cuya estructura lineal sirve al pintor para encuadrar el color. En sus famosos bodegones une la composición andaluza con el sentido constructivo de sus antepasados genoveses. En sus cuadros reinventa las formas lo justo para mostrar que no era la casualidad la que combinaba la pintura.

Bodegón con teléfono
Bodegón azul
De Miguel Acquaroni y de su obra escribieron los poetas José Hierro y Luis Rosales, dos buenos amigos del artista sanluqueño. Luis Rosales no duda en exaltar los peculiares bodegones de Acquaroni y dice de ellos que son “geométricos, pintados con la paleta muy empastada y en una gama de tonos fríos; bodegones de composición variada y originalísima, en los que el cuadro se organiza desde la perspectiva y, los objetos, siempre repetidos, tantean su forma como asumiéndola por vez primera. Bodegones pintados de una manera sobria, limpia, constructiva, mental y esencializada que disciplinan los ojos al mirarlos”. José Hierro, por su parte, califica al artista de Sanlúcar de Barrameda como “pintor que a lo genérico ha sabido aportar, cada vez más, su propia personalidad, borrando en sus últimos cuadros, un espléndido paisaje, la rigidez de los esquemas heredados del gran maestro -Vázquez Díaz-, siendo, en suma, él mismo».



Bodegón con milinillo de café
En sus ciudades blancas de la Baja Andalucía, en sus paisajes sureños y escenas de playa y en esos interiores abiertos al ventanal cubista, Acquaroni manifiesta su dominio de la composición para dejarnos una obra en la que sin romper la forma, sino aislando los diferentes planos de la luz, nos ofrece el fruto de su reflexión y de “su buen quehacer de músico que acorda tonos en vez de sonidos”, dice José Hierro.

Autor de numerosísimos retratos de amigos que ejecutaba a la pluma, Acquaroni también nos ha dejado aguafuertes sobre papel como Las tres gracias, o Ave María, que se conservan en el Museo de Jaén.


Ave María - Museo de Jaén
La última gran exposición de Miguel Acquaroni, titulada Venecia, tiene lugar en la Galería Fauna's de Madrid. De esta muestra decía ABC el 10 de diciembre de 1987:

En una suerte de nocturno zabaletiano reposan estas composiciones venecianas de Miguel Acquaroni; pero así como en Zabaleta el cubismo se enreda sensualmente a Picasso, el poscubismo de Acquaroni se relaciona con Vázquez Díaz, que fue su maestro.
«De tanto mirar al mar, Acquaroni descubrió que en cada centímetro de agua hay todo un mundo que descubrir», dice Luis López Anglada. En el mar, en el paisaje y en cada uno de esos espléndidos bodegones en libertad que pinta Acquaroni, pues en su valoración prismática de la naturaleza y los objetos hay siempre una riquísima posibilidad de descubir cosas. Entre ellas la más importante: la entidad de cada una de ellas.
El gran motivo de esta exposición es Venecia, a la que Miguel Acquaroni llega no sabemos si directamente o si a través de un hermoso poema por él dedicado a la reina del Adriático: «Como lección que un día sentenciara/ Eugenio Delacriox en la pintura/ también del fango nace la hermosura/ que Venecia en su entraña evidenciara...»
Firma de Acquaroni
Delacroíx había dicho que con lodo él pintaría la más deslumbrante carne de mujer y, antes, mucho antes, de barro se había formado la criatura, y todos los pintores de Venecia, como ahora Acquaroni, han idealizado la eternidad de Venecia sobre la cruel laguna que se la traga... Raro, infrecuente pintor este Acquaroni.

El 14 de junio de 1988, apenas medio año después de su exposición de óleos sobre la ciudad de Venecia, muere a los 63 años en su domicilio madrileño Miguel Acquaroni, aquel “nieto del cubismo por la disciplina”, en feliz expresión de su amigo José Hierro.






ARTÍCULO PUBLICADO EN REVISTA CIRQULO
Verano de 2017

PEDRO LABORIA

UN ESCULTOR SANLUQUEÑO EN EL VIRREINATO DE NUEVA GRANADA


© José Carlos García Rodríguez


Con el desarrollo de las ciudades que surgieron en el Nuevo Mundo tras la colonización española del continente americano, se inicia una gran demanda de arquitectos, pintores, escultores, retablistas y orfebres que eran necesarios para contribuir a la realización de los numerosos proyectos de erección de suntuosas iglesias, catedrales, conventos y sedes religiosas. Uno de los artistas que atienden esta llamada es Pedro Laboria, un escultor nacido en Sanlúcar de Barrameda hacia el año 1700. Laboria, establecido de forma definitiva en Santa Fe de Bogotá, contribuyó a aumentar la influencia de la escultura andaluza en el Virreinato de Nueva Granada, llegándose a situar como el más importante entre los escultores de la época colonial española de Colombia.

Santa Bárbara (Pedro Laboria)
Cuando, en 1738, Pedro Laboria llega a América, está a punto de ser restaurado por Felipe V el Virreinato de Nueva Granada, suspendido unos años antes por problemas de tipo financiero. Santa Fe de Bogotá, capital del Virreinato y ciudad en la que se establece Laboria, es por aquellos años uno de los más importantes centros administrativos de las posesiones españolas en el Nuevo Mundo. El escultor, quien había sido recomendado por los jesuitas de Sanlúcar, entra al servicio de la Compañía de Jesús bogotana, empeñada entonces en la revitalización del templo de San Ignacio. Esta iglesia, construida por el arquitecto jesuita italiano Juan Bautista Coluccini, quien se había inspirado en los planos de la iglesia del Gesú en Roma, fue descrita por Sebastán Hazañero, a su terminación, como “uno de los mejores templos que las Indias tienen”. La histórica iglesia de San Ignacio, primer templo levantado por los jesuitas de Nueva Granada, formaba parte del extenso conjunto en el que se integraban el Colegio Máximo o Seminario Mayor de San Bartolomé y el edificio de Las Aulas, hoy destinado a acoger el Museo de Arte Colonial.

Grupo escultórico del Santuario de la Virgen de la Peña.
Entre las obras que Pedro Laboria realiza para el templo de San Ignacio de Bogotá se encuentra uno de los grupos escultóricos más importantes y ambiciosos del artista sanluqueño -quizá su obra maestra-, situado en una capilla a la izquierda del altar mayor. Se trata de El éxtasis de San Ignacio, un relieve minucioso y realista, fechado en 1749, en el que se aprecian unos notables efectos tridimensionales e ilusionistas. El trabajo, de grandes dimensiones y tallado en madera, fue inspirado por un cuadro del gran pintor colonial colombiano Gregorio Vázquez de Arce. Esta obra de Laboira, muy influenciada por el arte barroco europeo, representa en dos planos superpuestos -el terrestre y el celestial- el trance místico que experimentó el fundador de la orden jesuítica en el hospital de Manresa donde Dios le reveló el futuro de la Compañía de Jesús. Otras esculturas realizadas por Laboria para esta misma iglesia de San Ignacio son un San Francisco de Borja, San Francisco Javier moribundo, San Alfonso Rodríguez y dos tallas de San Ignacio de Loyola, una situada en el altar mayor y la otra en la sacristía.

Laboria, el mejor escultor de la etapa colonial de Colombia

Gracias al espléndido resultado artístico de la labor realizada para los jesuitas de Bogotá, Pedro Laboria fue acrentando su prestigio en Nueva Granada, surgiéndole nuevos encargos para diversas iglesias de la capital del Virreinato. Así para el templo de San Juan de Dios esculpe un magnífico San Francisco de Paula, considerado entre lo mejor de su producción, una escultura de San José con el Niño y dos estatuillas de Santa Teresa de Jesús. Para la Catedral Primada realiza el Juan Nepomuceno que se venera en el altar consagrado a este santo y las esculturas de San José, San Joaquín y Santa Ana. Otras obras van destinadas al colegio jesuita de San Bartolomé (San Joaquín y Santa Ana), a la iglesia de San Francisco (estatua policromada de San Joaquín) y a la iglesia de Santo Domingo (San Joaquín y Santa Ana). Para el templo de San Ignacio de Tunja, actual capital del departamento colombiano de Boyacá, Laboria realiza un precioso San Antonio con el Niño en madera policromada y esgrafiada en oro con hojas de roble.

San Joaquín con la Virgen Niña
(Museo de Arte Colonial de Bogotá)
Una obra fundamental en el catálogo del escultor sanluqueño es su Santa Bárbara, destinada a la iglesia de su mismo nombre en Bogotá. Esta dramática escultura en madera tallada y estofada fue realizada a petición de los hermanos de la cofradía de la santa y sus devotos quienes estaban disgustados por no contar con una efigie de suficiente categoría artística, ya que el retablo que había en aquella iglesia, obra de Antonio de Acero, estaba considerado de escaso valor. Para realizar aquella obra, Laboria se inspiró en el cuerpo y el rostro de dos cuadros de Santa Bárbara, obras de Baltasar de Vargas Figueroa quien contó con una modelo que posó para aquellas pinturas. Prueba de la categoría artística de esta escultura de Pedro Laboria fue su inclusión como la obra más destacada en la exposición itinerante Revelaciones: las artes de América Latina 1492-1820 que hace unos años pasó por Filadelfia, Los Ángeles y México D.F.


Niño Jesús
(Museo de Arte Colonial - Bogotá)
Por la importancia religiosa y sentimental del lugar, hemos de hacer mención de los retoques que Pedro Laboria realizó en 1740 para perfeccionar las formas de las imágenes de Jesús, José, María y un ángel custodio, todas ellas talladas en un sólo bloque de piedra, que se veneran en el Santuario Mariano Nacional de Nuestra Señora de la Peña, situado en las montañas al oriente de la ciudad de Bogotá. Relata la leyenda que el grupo de imágenes, apenas insinuadas, fue encontrado en una roca del escarpado enclave, de muy difícil acceso, por el joven joyero Bernardino de León en 1685, originando aquel lugar atractivas leyendas y una gran devoción. Años más tarde, en 1716, ante el creciente número de peregrinos que se aventuraban a acudir a aquel lugar, aun a riesgo de su integridad física, las imágenes fueron desprendidas de la roca y bajadas al santuario donde el maestro cantero Luis Herrera afinó la burda talla primitiva que perfeccionaría Laboria.

Obras de Laboria en el Museo de Arte Colonial de Bogotá

Junto a la iglesia de San Ignacio donde trabajara Laboria para los jesuitas bogotanos se encuenta, como dijimos, el edificio Las Aulas, destinado desde 1942 a acoger el Museo de Arte Colonial cuyos fondos cuentan con diversas obras de Pedro de Laboria. Entre ellas son de destacar un San Francisco, un Niño Jesús y, muy especialmente, un San Joaquín con la Virgen Niña. En todas ellas se aprecia la técnica empleada por el escultor, mostrando su preferencia por el uso del estofado brillante que ha sido relacionado con ejemplos orientales, y el encarnado semimate que el artista reserva a rostros y manos. También se observan en estas composiciones las posturas inestables y, hasta cierto punto forzadas, que son características en muchas de las obras del artista sanluqueño.

De la talla de San Joaquín con la Virgen Niña que realizara Laboria para las Carmelitas Descalzas de Bogotá, nos dice la historiadora del arte colombiano Marta Fajardo de Rueda en su obra Tesoros artísticos del Convento de las Carmelitas Descalzas de Santa Fe de Bogotá:

La obra fue vendida al Museo de Arte Colonial y desde entonces los historiadores de arte a través de todo el siglo XX identificaron a esta pareja como a San Joaquín y su pequeña hija en actitud de baile. Confundían así las actitudes de estos personajes con pasos de baile, cuando se trata, por una parte, de una pervivencia barroca en el estilo de Laboria, la cual consiste en dotar a sus imágenes de un elegante movimiento que hace ondear sus vestiduras y, por otra, lo que hace el padre con su hija es enseñarle a leer, ya que sontenían un libro en el que la niña posaba delicadamente su mano derecha al parecer siguiendo los renglones. Infortunadamente el descuido o la codicia, tan frecuentes en nuestro país, arrancaron de las rodillas de San Joaquín el librito que como claramente se observa, resulta una pieza clave para la adecuada lectura de la escena.

Antes de su partida a América, donde en pleno siglo XVIII logró restablecer la que había sido permanente influencia artística andaluza desde el Descubrimiento, Pedro Laboria trabajó en su tierra natal realizando esculturas e imágenes para iglesias y cofradías de diversas localidades gaditanas. 

Antes de su partida a América, donde en pleno siglo XVIII logró restablecer la que había sido permanente influencia artística andaluza desde el Descubrimiento, Pedro Laboria trabajó en su tierra natal realizando esculturas e imágenes para iglesias y cofradías.


Pedro Laboria abandona la Nueva Granada y dirige sus pasos a la ciudad de Cádiz. Quizás surgieron desavenencias o escasearon los encargos en Santafé, sentiría nostalgia de su tierra, o incluso es posible que le aguardara familia en la ciudad andaluza o su entorno”(1), escribe Francisco Javier Herrera García. A su vuelta a Cádiz, Laboria se dedica durante más de treinta años a realizar esculturas para diversas iglesias gaditanas y atender encargos destinados a las interminables obras de la catedral. También en estos años esculpe en piedra la imagen de San Bruno que preside el pequeño patio que antecede a la hospedería de La Cartuja de Santa María de la Defensión de Jerez. 

Nada más conocemos de los últimos años del escultor –refiere Herrera García-. No hemos localizado el testamento entre los protocolos notariales gaditanos. Es posible que no lo otorgara, o simplemente lo hiciera en otra localidad. Con su obra, todavía mal conocida según hemos advertido, nos dejó un ejemplo inigualable de artista viajero, de ida y vuelta, que contribuyó al acercamiento del arte andaluz y del Nuevo Mundo” (2).


1.- HERRERA GARCÍA, Fco. Javier: Pedro Laboria y la teatralidad elocuente de la escultura barroca bogotana, en “El triunfo del barroco en la escultura andaluza e hispanoamericana”, Universidad de Granada, 2018, p. 532.

2.- Ibídem, p. 536.



BIBLIOGRAFÍA:

-ACUÑA, Luis Alberto: Ensayo sobre el florecimiento de la Escultura Religiosa en Santa Fé de Bogotá, en: Iniciación de una Guía de Arte Colombiano, publicada por la Academia Nacional de Bellas Artes. Bogotá, 1934.

-ACUÑA, Luis Alberto: Fichas para la historia del arte en Colombia. Pedro Laboria, el barroco que canta. Lecturas Dominicales de "El Tiempo", Bogotá, abril 26 de 1964.

-HERRERA GARCÍA, Fco. Javier: Pedro Laboria y la teatralidad elocuente de la escultura barroca bogotana, en “El triunfo del barroco en la escultura andaluza e hispanoamericana”, Universidad de Granada, 2018

-STURVE HAKER, Ricardo: El Santuario de Nuestra Señora de la Peña. Imprenta Nacional de Colombia. Bogotá, 1955.








ARTÍCULO PUBLICADO EN REVISTA CIRQULO
Primavera de 2017