MANUEL VIDAL

CONTADOR DE HISTORIAS



© José Carlos García Rodríguez

Manuel Vidal Arias




Forjado en la bohemia literaria del Madrid de los últimos años del franquismo, Manuel Vidal Arias (Sanlúcar de Barrameda, 1945-Sevilla, 2003) fue un “contador de historias” como él mismo llegaría a autodefinirse. Estas historias, ya fuesen reales o inventadas, saldrían a la luz a través de sus guiones cinematográficos o televisivos, de su firma en la prensa escrita, de sus programas de radio o de sus libros. Taurófilo de pro, siempre defensor de las causas que creía justas y apasionado de su tierra, Sanlúcar siempre tuvo en Vidal Arias a uno de los más fieles y activos proclamadores de las esencias más definitorias de la ciudad.

Conocí a Manuel Vidal en Madrid a principios de 1980. En su compañía pude disfrutar en diversas ocasiones del ambiente del Gijón, el famoso café de Recoletos que todavía por entonces conservaba parte de su aureola como mítico centro de la bohemia y como lugar de encuentro y tertulia de escritores y artistas. Años después, a partir de nuestro reencuentro en Sanlúcar, la amistad con la que Manolo me honraba se agrandó y se mantuvo de forma creciente hasta su prematuro fallecimiento en Sevilla, a los 58 años, en la tarde del 22 de diciembre de 2003.

Manuel Vidal en la presentación de un libro de José Carlos García Rodríguez.
Manuel Vidal fue todo un personaje en el Madrid del alcalde Tierno Galván donde la “movida”, aquella corriente contracultural surgida en los primeros años de la Transición, animaba las noches de la capital de España. Eran nuevos tiempos llegados con la incipiente democracia que traían renovadas formas de expresión en la música, el cine, la pintura, la fotografía y hasta en la literatura a partir del debate de la Tertulia de Creadores en el Círculo de Bellas Artes. A aquel movimiento contribuyó Manuel Vidal participando en el guión de la película A tope, realizada en 1983 por Tito Fernández. Era una comedia musical en la que quedaría reflejada la vida madrileña de aquellos años de noches sin fin. Con anterioridad, en 1979, Vidal ya había escrito el guión de la película La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona, dirigida por Ramón Fernández y basada en la obra epistolar homónima de Camilo José Cela en la que nuestro Nobel se refiere a la peculiar y conocida historia chusca ocurrida en la localidad malagueña de Archidona en 1971.

La Tauromaquia la gran obra taurina
de Manuel Vidal.
Además de cultivar la faceta de guionista, Manuel Vidal desarrolló una amplia y variada labor periodística y literaria. En los últimos estertores del franquismo publica La huelga de actores (Felmar, Madrid, 1975), una obra escrita a modo de crónica del sonado plantón de artistas iniciado en febrero de 1975 que puso en jaque al régimen y que llegaría a paralizar todos los teatros madrileños. Unos carteles colocados en las taquillas decían: “Por incomparecencia de los actores, se lamenta informar que la sesión de hoy queda suspendida”. Y es que hablar entonces de huelga era una temeridad. El libro, con epílogo de Adolfo Marsillach, sufrió diez meses de secuestro hasta que, por fin, ya muerto Franco, pudo ser presentado el 12 de abril de 1976 en la librería Antonio Machado de la capital de España en presencia de muchos de los actores que lideraron la protesta. Al año siguiente se publica A la extrema derecha de Dios padre (AQ Ediciones, Madrid, 1976), un libro centrado en el Palmar de Troya cuyas interioridades salieron a relucir por vez primera gracias a la labor de investigación periodística que Manuel Vidal realizó en los muy restringidos dominios utreranos del autoproclamado “papa Clemente”. 


Buen amigo de algunos directores de cine, Vidal interpretaría pequeños papeles en películas como La chica del autostop (Miguel Lluch, 1965), Residencia de espías (Jesús Franco, 1966) o Cartas boca arriba (Jesús Franco, 1966). De su faceta poco conocida como director de teatro baste remitirnos a la puesta en escena de la obra en forma de farsa El hijo del jockey, de Pedro Beltrán, el gran guionista y actor que compartió con el escritor sanluqueño su tiempo de bohemia. La obra de Beltrán, semifinalista de los premios Mayte de teatro, fue traducida al francés y representada en Lyon también bajo la dirección de Vidal. En 1973 Manuel Vidal dirige El neófito, de Francisco Díaz Velázquez y Alfonso Jiménez, cuyo estreno tiene lugar en el Teatro Capsa de Barcelona con escenografía de Gerardo Vera y música de Ovidi Montllor.

La firma de Manuel Vidal fue habitual en la prensa escrita española durante muchos años. Revistas como Lui, Posible o La Calle contaron con la periódica colaboración del escritor sanluqueño que también se prodigaba en emisoras como Radio Nacional de España y La Voz de Madrid. Pero donde mejor parecía encontrarse Vidal era haciendo periodismo taurino en el que se inició de la mano de Carlos de Rojas, crítico del vespertino Informaciones. Manuel Vidal formaría con Rojas un tándem que se paseó por todas las ferias taurinas de España analizando el desarrollo de las corridas en unos coloquios de los que se guarda gratísima memoria entre los aficionados. De la reconocida trayectoria taurófila de Vidal nos queda su monumental obra audiovisual La tauromaquia. Iniciación al rito y la técnica del toreo, realizada en 1996 con guión propio y bajo su dirección por Producciones del Lubricán. Esta obra, traducida al francés, logró un éxito de consideración en los amplios círculos taurinos del país vecino. En Canal Sur Manuel Vidal dirige y realiza entre 1996 y 1997 el programa semanal Los toros, al que seguiría Cambio de tercio.

El actor Manolo Vidal en la
revista Fotogramas (1966)
Al mundo de los toros también le dedicaría Manuel Vidal su libro Lo que hay que tener (Edhasa, Barcelona, 2002), un acontecimiento editorial que sería galardonado con el IX Premio Andalucía de la Crítica en el año 2003 en su categoría de Ópera Prima. En esta primera y única novela de Vidal su autor se adentra en la alianza entre el intelectual y el torero, un tema que siempre fue muy querido por él. La obra, inscrita en la rica tradición de la narrativa picaresca, nos cuenta la historia de Richard Foster, un escritor que goza de fama universal y que un día descubre que se ha quedado en blanco, que no es capaz de descubrir en su realidad un tema que pueda activar su imaginación o que pueda servirle de inspiración. De esta obra de Manolo Vidal escribió Moncho Alpuente en el diario El País: “Por Lo que hay que tener corre ese flujo de testosterona, encarnado en primera persona por el escritor yanqui, alcohólico, y fascinado por la virilidad y por la muerte que encuentra en el mundo de los toros una vía de escape a sus obsesiones. Gran cazador blanco, reportero de guerra y seductor insaciable, Richard Foster en el declive de sus facultades físicas y creativas intentará reavivar su carrera de escritor vampirizando a un banderillero. En paralelo a la biografía de Tomasito corre la odisea interior del escritor perseguido por sus fantasmas personales y sexuales, otra novela en la que el perdedor, el pícaro, recuperará su dignidad pisoteada a costa de la degradación moral de su mezquino biógrafo, Richard Foster, un falso héroe, al que algunos llegaron a considerar, no sin cierta precipitación, un mito del siglo XX, como reconoce el protagonista en un momento de lucidez, abrazado a Betsy, su escopeta favorita a la que puso nombre de mujer, para regocijo de aficionados al psicoanálisis”.

Manuel Vidal, segundo por la derecha, junto a un grupo de amigos
en el Museo de la Manzanilla de Barbadillo.
Gastrónomo de altura, Manuel Vidal tenía a gala contar con la amistad de grandísimos cocineros españoles, como Sergi Arola, Elena Santonja, Abraham García o Pedro Larumbe. Como catador de reconocida solvencia, era buen conocedor de las mejores añadas riojanas y un enamorado de los vinos de Ribera del Duero, en especial de las excelencias elaboradas por su gran amigo Mariano García, el antiguo enólogo de los míticos Vega Sicilia que fundara en 1980 en Tudela de Duero las famosas bodegas Mauro en homenaje a su padre. De Mariano decía Manolo que en el caso de existir un premio Nobel de enología, éste debería serle otorgado, sin duda alguna, al prestigioso bodeguero vallisoletano.

Pero la gran pasión de Manuel Vidal fue de siempre Sanlúcar, sus gentes y sus tradiciones. A su ciudad de nacimiento volvió Manuel Vidal a mediados de los 80 para establecerse en una casa señorial de la Plaza de Madre de Dios donde el Viernes Santo convocaba a sus amistades para presenciar el desfile procesional del Cristo de la Vera Cruz. Desde su regreso a Sanlúcar, Manolo parecía querer desquitarse de tantos años de ausencia. En compañía del poeta Joaquín Márquez, de Toto Barbadillo y de Alberto González Troyano disfrutó Vidal sus últimos años sanluqueños. Inexcusables en aquel grupo de gente cabal, unas copas de manzanilla y la obligada visita a Casa Bigote, el restaurante de sus grandes amigos Fernando y Paco Hermoso.

JOSÉ CARLOS GARCÍA RODRÍGUEZ



PUBLICADO EN REVISTA CIRQULO
Nº 3  Julio-Agosto de 2014