MARÍA VARGAS

Una cantaora de la época gloriosa


© José Carlos García Rodríguez









Dicen que quien sienta el flamenco de verdad está obligado a escuchar con atención a María Vargas, la cantaora gitana que atesora como nadie el don divino de la cadencia. Esta artista sanluqueña, icono del jondo más puro y representante de una brillante etapa de este arte, es una mujer que sorprendió desde muy niña con una voz que siempre, rompiendo el tiempo, ha sido su fuerza y el mejor de sus argumentos.

Manolo Vargas, padre de María
Yo canto desde que nací, más o menos; lo he mamado desde chiquitita”, decía María Vargas en una entrevista de hace unos años. Nacida en una familia gitana de gran tradición flamenca, la principal fuente de aprendizaje de María fue su padre, Manolo Vargas, un cantaor extraordinario que nunca quiso ser profesional. Emparentada con los Frascola, sobrina de Juan Talega, prima de la Perla de Cádiz y sobrina biznieta del mítico Tomás el Nitri, a quien se le concedió la primera Llave de Oro del Cante, no es extraño que María Vargas, con siete años de edad, ya cantara por soleá, por bulerías, por seguiriya o por lo que se terciara. 
Nacida en Sanlúcar de Barrameda el 1 de abril de 1947, María Vargas Fernández estaba destinada a ser una gan cantaora. Y no tardaría en aparecer la artista que de ella se esperaba. A los nueve años se da a conocer en Sanlúcar el Miércoles Santo de 1956 cuando desde un balcón le canta una saeta a la Virgen de los Dolores. Poco tiempo después, Juan de la Plata descubre a la joven cantaora y la lleva a Jerez donde la sanluqueña participa en recitales de la Cátedra de Flamencología.
Con el nombre de Mariquita Vargas, su nombre artístico de los primeros años, canta en el Teatro Villamarta de Jerez en un homenaje a Manuel Torre y a Javier Molina, compartiendo cartel con grandes figuras del cante de aquellos años. María lo consigue todo en Jerez. Allí es elegida Reina de los I Juegos Florales del Flamenco; es nombrada, con quince años, Catedrática del Cante Gitano; consigue la Copa Jerez al cante por bulerías y gana el Premio Nacional de Cante de Jerez. En Córdoba es premiada en el Concurso Nacional de Arte Flamenco.
Desde su adolescencia, María Vargas se acostumbra a compartir cartel, en igualdad de condiciones, con lo más selecto del cante de una época gloriosa. La Paquera, la Niña de la Puebla, la Perla de Cádiz o Fernanda y Bernarda de Utrera, entre las cantaoras, y Antonio Mairena, Fosforito, Chocolate, Sordera, Lebrijano, Curro Malena o el mismísimo Terremoto, entre los hombres, serán compañeros de María durante unas décadas inolvidables del cante grande. Manolo Caracol la escucha y la llama para inaugurar su tablao Los Canasteros que abre en 1963 en la madrileña calle de Barbieri.
Una joven María Vargas junto a Pastora Imperio y Pilar López 
Por entonces María Vargas vive alejada de Andalucía a donde se traslada solamente por motivos de trabajo. En la capital de España la reconocen con el “Cabal de Plata” del Círculo de Bellas Artes y con el trofeo "Tío José de Paula". Este alejamiento de su tierra se agudizará tras contraer matrimonio y establecer su domicilio permanente en Madrid donde, dedicada a su familia, se va apartando de la vida artística de la que permanence ausente durante unos años, aunque nunca dejaría de cantar.
María Vargas cuenta con una interesante discografía compuesta por una veintena de álbumes, siendo siempre acompañada por los más grandes guitarristas, entre ellos su paisano Manolo Sanlúcar, Melchor de Mairena, Paco de Lucía, los Habichuela, Paco de Antequera o Antonio Arenas. Es una discografía de distintos sellos editoriales -Fontana, CBS, Polidor y Vergara- fundamental para valorar y estudiar la calidad y la personalidad de la cantaora sanluqueña.
Con respecto a los cantes de su tierra, comenta María:
Yo en Sanlúcar he escuchado los cantes de fragua, mi abuelo cantaba por martinete, por seguiriya, por soleá, que quitaba el sentío, pero vamos, el cante genuino de nuestra tierra son las romeras. Yo las hago pero también canto por cantiñas y alegrías…Creo que todo el rincón de Cádiz tiene una riqueza tremenda de estilos, cada uno con un aire, con su cosilla, ¿no? Tengo también grabada la seguiriya que hacía mi padre, una seguiriya corta y arrancá. Me acuerdo que me decía Juan Talega que no dejara nunca de cantarla porque eso era nuestro, de mi familia. Ahora cuando canto por seguiriya se me viene esto a la memoria, me acuerdo y me encuentro cantando más a gusto que con ningún otro estilo. Me gusta todo porque lo siento, pero por seguiriya siento algo especial que me estremece. He cantado por seguiriya y he llorado yo misma, ¡de verdad! No sé si es que tengo más pena, me meto dentro cuando estoy cantando y no veo a nadie, ni luces, ni público ni nada, nada más que cante y lo que yo estoy sintiendo.
María Vargas en la inauguración de la plaza que le fue dedicada
 en Sanlúcar de Barrameda el 21 de marzo de 2009.



De regreso a los escenarios, María Vargas, considerada por los entendidos como un icono del mejor flamenco, vuelve a aparecer en los carteles como personaje de gran lujo. “Estoy para enseñar a los jóvenes, para hacer el cante de siempre, quiero que no se pierda la pureza” dice María como queriendo justificar su permanencia como artista en activo. Y apostilla: “Si la influencia gitana se debilita, el flamenco lo va a pagar”.
En abril de 2015 María Vargas celebró en Jerez sus bodas de oro con el cante en el Palacio de Pemartín, en un acto promovido por el Programa Flamenco y Universidad en estrecha colaboración con el Centro Andaluz de Documentación del Flamenco. Unos años antes, en 2008, el Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda le había concedido la Insignia de Oro de la ciudad, rindiéndosele homenaje al año siguiente al rotularse una plaza sanluqueña –Plaza Cantaora María Vargas– con su nombre.